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"Señor, por amor a tus mártires no callaré;
por defender la fe y caridad de tus mártires, no descansaré"
 
(Don Antonio de los Bueis,
X Jornadas Martiriales de Barbastro)
 

El Cielo fue su respuesta

“Quien quiera salvar su propia vida la perderá, pero quien la pierde por mí la salvará” 

Mt 16,25.

"Ese grito de "¡Viva Cristo Rey!" condensa teológicamente lo que supone la entrega de la vida". Los mártires nos dan el testimonio de fe cristiana de lo que Jesús nos pide; porque Jesús ha dicho: "El que quiera seguirme, cargue con su cruz y me siga" (Mt 16, 24-28). 

Los mártires españoles y mexicanos son muy definidamente mártires de Cristo Rey; son testigos, con su muerte por la fe, de la Realeza de Cristo sobre el mundo. No podemos olvidar en ellos siempre presentes algún signo, palabra, relativos a Cristo Rey: 

En el siglo XVIII, al padre Bernardo de Hoyos se le aparece el Sagrado Corazón de Jesús, y le anuncia :"Reinaré en España con especial predilección". En el Cerro de los Ángeles de Madrid, ese "reinaré" se ha sustituido por "reino". Con la consagración del lugar al Corazón de Jesús, en el centro justo de España, se pretendía eso precisamente, que Cristo reine, que ese reinado sea el promotor de todas nuestras actividades. Que Cristo reine en nuestro corazón, que reine en nuestras personas, que reine en nuestras familias... No olvidemos que Jesús dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6-14). 

La muerte de nuestros mártires con el grito de "¡Viva Cristo Rey!" nos lleva al principio del Evangelio, cuando Pilatos le pregunta a Jesús "Pero, acaso tú eres rey"; a lo que Cristo responde "Tú lo has dicho: soy rey. Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad. Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan" (Jn 18, 37). Ya antes, había dicho: "No creáis  que yo he venido a traer paz al mundo; no he venido a traer paz, sino guerra. He venido a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra; de modo que los enemigos de cada cual serán sus propios parientes. »El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no merece ser mío; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no merece ser mío; y el que no toma su cruz y me sigue, no merece ser mío" (Mt 10, 34-38); esa misma guerra empieza contra nosotros mismos; contra nuestro pecado, contra nuestra debilidad, cuando nos apartamos de Cristo y de su Iglesia. De ahí el deseo de que Cristo reine en nuestras sociedades.

Al ver la importancia del Reinado de Cristo, vemos la razón de por qué mueren los mártires. Ellos conocían la consagración de Jesús al Cerro de los Ángeles -tuvo lugar en 1919-, la canonización de Santa Margarita María Alacoque, y la encíclica de Pío XI que establecía la fiesta de Cristo Rey. También saben de la persecución religiosa que estaba sufriendo México, y de los acontecimientos ocurridos en determinadas zonas de España ya en 1931. Esa documentación llega a los párrocos. Así, con ese conocimiento, fueron personas que tuvieron la valentía de dar su sangre por Cristo, por la Virgen y por la Santa Madre Iglesia. Fue su deseo el que Cristo fuera Rey, que su sangre fuera derramada por hacer efectivo ese Reinado que el mismo Cristo había anunciado. Jesús dijo «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15); en esa misión mueren los mártires. El cristiano está para no callar el nombre de Cristo. Por eso brota en ellos un grito espontáneo que proclama que Cristo es Rey. 

En el 1891, un periodista de "El Siglo Futuro", para anunciar la encíclica de León XIII "Rerum novarum", termina su artículo con un "¡Viva Cristo Rey!" y fue la primera vez que aparece en forma exclamativa. Y de ahí, se extendió esta expresión a muchos otros sitios.

En 1914, los mexicanos piden a San Pío X el colocar un cetro y una corona a los pies del Corazón de Jesús. Porque Cristo tenía que reinar en la sociedad mexicana. Serán los primeros que hagan una consagración a Cristo Rey. Cuando se celebró la ceremonia, como cuenta el adalid de esta iniciativa, todos prorrumpieron de forma espontánea en un grito de "¡Viva Cristo Rey!". De ahí, ese grito se generalizó; lo tomarán los mártires cristeros, y, después, los mártires españoles. Era algo con lo que habían crecido y que guardaban en su corazón. 

El grito es una muestra de ese fuerte deseo de los mártires de que Cristo Reine en España, no con predilección, sino con el Amor con que Cristo ama a todos los hombres. Y nos hablan de la importancia con la que los españoles debemos recibir ese testimonio, que no se puede olvidar; que NO SE PUEDE POLITIZAR. Eran frailes, sacerdotes, obispos, a los que no es que les sorprendieran los acontecimientos, sino que se quedaron al pie del cañón, como el Buen Pastor con sus ovejas. Se los llevaron por su testimonio, y murieron por Amor, perdonando y proclamando con todas sus fuerzas ese "¡Viva Cristo Rey!", felices porque serían un cimiento fuerte del Reinado de Cristo, obedientes de ese "Id y enseñad" y testigos firmes de la Realeza de Nuestro Señor. 

                                                                    Tomado de la Conferencia del Rvdo. Don Jorge López Teulón, "Orígenes del grito ¡Viva Cristo Rey!", Barcelona, 8 de noviembre de 2016.

"Los orígenes del grito ¡Viva Cristo Rey!"
(Domingo, 20 de noviembre, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo).

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Los mártires, máximo testimonio de fe ...

Desde que empecé a escribir sobre los mártires españoles de los años treinta, muchos me preguntan por qué lo hago ... Es muy sencillo: por Amor. No hay nada más bonito que encontrar una historia de amor y yo, cada vez que discurro por los caminos que trazaron los mártires con su sangre, la encuentro.

Soy profesora de Literatura y no dejo de hablar del amor en uno y otro texto, en uno y otro autor... en una y otra época... Pero el Amor verdadero, el que trasciende, es el que Cristo nos enseñó con sus palabras y con su muerte en la Cruz; los mártires, llenos de ese Amor, entregaron sus vidas por Dios, por la Iglesia y, con ello, por la humanidad entera. Esto, es un tesoro de fe que tenemos los cristianos.

Cuando alguien se enamora, desea contarlo, y agradecer de mil maneras la felicidad recibida a la persona que ha mediado en ese feliz encuentro... Yo soy católica desde niña -debo ese regalo a mi familia- pero el descubrir a los mártires me ha ayudado a enamorarme de verdad de Cristo, y a saber lo que supone seguirlo; desde que conozco el testimonio de los mártires todo en Dios cobra para mí un sentido totalizante y es motor para actuar según su ejemplo. Los mártires me ayudan a vivir mi fe con alegría y esperanza, y  quiero darles las gracias compartiéndolo.

... Y el Cielo fue su respuesta.

Los mártires de los años treinta en España murieron por el odio a la religión de los que los condenaron; no se cruzaron razones de otro tipo. Es decir, que murieron por Amor; por la salvación de todos. Si Cristo entregó su vida para salvar a la humanidad entera, los mártires, firmes en su fe, renuevan  con su sangre ese sacrificio, fortalecidos por la presencia de María, Nuestra Madre. 

Jesús perdonó a los que lo clavaron en la cruz; del mismo modo, todos y cada uno de los mártires, antes de morir, pronunciaron palabras de perdón para los que les arrancaron la vida. Les hacían elegir entre abandonar la religión o la muerte; ellos, a pesar del dolor, la tentación, la tortura y el sufrimiento, eligieron, no la muerte, sino el Cielo. No fueron más libres que cuando hicieron esta elección, porque está suponía caminar, definitivamente hacia el Padre.

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Que nada se extinga

Como decía, no hay nada más bonito que encontrar una historia de amor y, cuando se encuentra, surge el deseo de contarla. Y quizá sea este el sitio que Dios me tenga reservado para no callar.

Rezo para que esa inquietud por la escritura que Él me dio, sepa ponerla a su servicio. El camino es duro porque a una estudiante de Ciencias Religiosas como yo, que va poquito a poco, le falta mucho por aprender y porque a una madre de familia con tres pequeños le es difícil investigar. Así, debo dar gracias por tantas iniciativas que, promovidas por Iglesia en España, están destinadas a recuperar a los mártires  y dar a conocer sus vidas. Sin esas fuentes tendríamos noticias escasas y dudosas, y son fundamentales para la conservación de la memoria de aquellos que murieron por no renegar de su fe. Entre las páginas más importantes sobre la cuestión que están a  día de hoy en la red, destacan: Hyspania martyr; Religión en Libertad o Persecución Religiosa. 

Dicho esto, he de reconocer que poco puedo aportar frente a los referentes que he mencionado, a cuyos creadores admiro y agradezco su labor así como el material de valor incalculable que ofrecen. Pero el camino no esta cerrado -nunca lo está para los que desean participar en extender el conocimiento de los mártires-: en mi caso,  la razón de ser de mi trabajo no es presentar datos nuevos -ojalá pudiera- sino contar lo grandioso que es para un cristiano saber que el mensaje de Jesús prevaleció con tal fuerza que muchos por él entregaron sus vidas. Fueron personas que tenían sus planes, pero Dios les reservaba otros, y ellos los aceptaron sin titubear.

Hay que eliminar el miedo y elevar la voz, porque quien conoce quiénes fueron los mártires no puede callarlo. Hay que anunciar que en la Iglesia tenemos este tesoro de fe; y no es solo misión de sacerdotes y religiosos, no podemos dejarlos solos en esto -ni en en nada, y menos en los tiempos que vivimos-. Los seglares tenemos una gran responsabilidad ya que también hemos de ser testimonio del Amor que Cristo nos mandó profesarnos los unos a los otros. Amor, así con mayúsculas. El Amor que ha tejido vidas y vidas de los mártires, capaces de cambiar al que las conoce.

Así, contribuir a que se difundan esas historias es el objeto de cuanto aquí se escribe. No olvidemos a nuestros mártires, que son muestras de Fe, Esperanza y PERDÓN. Sabemos las circunstancias en las que murieron, no vamos a redundar en ello. En lugar de eso, recordémoslos como ellos quisieron, llevando en sus rostros la alegría del que sabe que lleva consigo el Amor verdadero que les llevaría al Cielo.

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Rocío Romero Aguilera

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