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Mantener viva la Historia

Conservar su memoria 

Es difícil encontrar algo valioso y no compartirlo. Los que somos católicos tenemos verdaderos tesoros de fe y a veces no lo sabemos; la historia, los acontecimientos, discurren en contra y se silencia aquello que se considera "peligroso"... En este sentido no les falta razón a los que dicen esto, porque el Amor (el de la mayúscula) llevado a sus últimas consecuencias, todo lo puede; en él, Dios todo lo puede. 

Cuando en la historia de la salvación de cada uno se produce un encuentro que da un giro a todo, no debe callarse el motivo. Y más aún cuando se trata de vidas de personas ejemplares por su fortaleza y valentía en la misión de ser testigos de Cristo.

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Que ni una vida se pierda

La vida, como regalo de Dios, es lo más preciado que tenemos. Y ellos, los mártires, la ofrecieron sin pensarlo porque antepusieron su fe y la salvación de todos. Hicieron algo tan grande que merecen, al menos, que se les recuerde y se les rece. 

Son muchas las historias; algunas, afortunadamente, han quedado en la memoria pública. Cada vez se van conociendo más. Para que no se pierdan los nombres de los que vivieron fieles a su fe hasta el final, los que vivimos, debemos contarlo. Si, lector, quieres aportar aquí algo, ¡adelante! lo publicaremos. No lo olvidemos:

"La sangre de los mártires es semilla de muchos cristianos" (Tertuliano).

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Misión

 Del encuentro con los mártires surge una necesidad de dar respuesta al testimonio de fe que nos dejaron. Comienza entonces la búsqueda, el deseo de "empezar haciendo" -como decía San Pedro Poveda-, cada uno ofreciendo las cualidades que tiene, poniéndolas a disposición de Dios para que actúe a través de nosotros. Y ser felices con la misión que nos encomienda, por pequeña que sea, siempre mirando al Cielo.

Se entregaron perdonando y amando

Así comienza esta aventura. Escribir siempre me ha gustado -y cuánto me han animado a ello-. ¿Por qué no poner esta inquietud -como decía- al servicio de Dios? En mi búsqueda personal estaba cuando se comenzaron a agolpar en mis manos noticias de tantos y tantos que murieron de la forma más hermosa: entregando su vida por Cristo, perdonando y amando a todos sin condición ni medida. No sé hasta donde llegaré porque es difícil poner por escrito algo tan grandioso; pero, sólo contribuir a la conservación de su memoria, es un orgullo y una alegría inmensa.

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