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Carta de Faustino Pérez fechada el 13 de agosto de 1936

Querida Congregación.

Anteayer, día 11, murieron, con la generosidad con que mueren los mártires, 6 de nuestros hermanos; hoy, 13, han alcanzado la palma de la victoria 20, y mañana, 14, esperamos morir los 21 restantes. ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! ¡Y qué nobles y heroicos se están mostrando tus hijos, Congregación querida!. Pasamos el día animándonos para el martirio y rezando por nuestros enemigos y por nuestro querido Instituto; cuando llega el momento de designar las víctimas hay en todos serenidad santa y ansia de oír el nombre para adelantarse y ponerse en las filas de los elegidos; esperamos el momento con generosa impaciencia, y cuando ha llegado, hemos visto a unos besar los cordeles con que les ataban, y a otros dirigir palabras de perdón a la turba armada; cuando van en el camión hacia el cementerio, les oímos gritar ¡Viva Cristo Rey! El populacho responde ¡Muera! ¡Muera! Pero nada los intimida. ¡SON TUS HIJOS, CONGREGACIÓN QUERIDA, estos que entre pistolas y fusiles se atreven a gritar serenos cuando van a la muerte VIVA CRISTO REY! Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica y a Ti, MADRE COMÚN DE TODOS NOSOTROS. Me dicen mis compañeros que yo inicie los vivas y que ellos responderán. Yo gritaré con toda la fuerza de mis pulmones, y en nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos, pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y muerte. Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayos ni pesares; morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule su desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Adiós, querida Congregación! Tus hijos, mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolorosas angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. Los mártires de mañana, 14, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción; ¡y qué recuerdo éste! Morimos por llevar la sotana y morimos precisamente en el mismo día en que nos la impusieron.

Los mártires de Barbastro, y en nombre de todos, el último y el más indigno, Faustino Pérez, cmf.

¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Congregación! Adiós, querido Instituto. Vamos al cielo a rogar por ti. ¡Adiós! ¡Adiós!".

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Los jóvenes mártires claretianos de Barbastro dejaron muchos escritos. En todos ellos hay constancia del deseo de morir perdonando a sus verdugos; escribieron en las paredes del salón de actos de los Escolapios, en el telón, bajo el taburete del piano, utilizaron los envoltorios del chocolate que les daban para el desayuno... Por desgracia, gran cantidad de esos textos se han perdido, porque los milicianos los mandaron borrar justo después de la muerte de los misioneros. Pero otros se conservaron, como esta emotiva carta de despedida firmada por Faustino Pérez y los veinte que morirían el 15 de agosto. Ellos pensaban que los fusilarían el 14, pero los anarquistas esperaron un día más para alargar su sufrimiento.

Toda la carta es un testimonio de Amor y entrega hasta el final, por lo que es un documento muy valioso para comprender por qué los mártires actuaron así, cediendo sus vidas, siendo tan jóvenes. Rezan por sus enemigos, sienten impaciencia por alcanzar la muerte, ... incluso besan las cuerdas porque los atan al Cielo. El Amor que sienten por Cristo y por su Madre, les libera del miedo y no vacilan en decir un sí rotundo a la entrega total. 

Desean, ante todo, que "la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora", así debemos recordarlos. Cuando hablemos de los mártires, pongamos de manifiesto siempre que el Amor y el no renunciar a la fe, fue el motivo de su muerte, sin hurgar en otras heridas que solo llevan a la división, lo contrario de los que deseaban seglares, religiosos, que perdieron la vida por su deseo firme de permanecer al lado de Cristo. 

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