Las Jornadas en lo personal...
En primer lugar, debo a agradecer al Museo de los Mártires Claretianos de Barbastro y a la asociación AMABAM la organización, un año más, de las Jornadas Martiriales y, sobre todo, el haberlas hecho accesibles a los que, por motivos personales y con mucha pena, no hemos podido estar allí. Eso ha hecho que personas como yo hayan hecho suyas también las Jornadas y lo que en ellas se ha dicho; porque de esa forma, los mártires han entrado en nuestras casas, han formado parte de nuestra vida cotidiana ya que hemos podido escuchar lo que de ellos se ha dicho mientras hacíamos nuestra labores domésticas -que, dicho sea de paso, se han convertido en algo más llevadero-. Y, algo que agradezco infinitamente: hemos podido rezar en comunión todos: los de allí, y los de aquí, sin distinción alguna; gracias de todo corazón por esa visita virtual a la cripta del Museo, y por ese momento de recogimiento en su capilla; también por haber podido experimentar la escucha emocionada del "Señor, ya sabes" en las voces de los monjes de El Pueyo. Los que no hemos podido asistir, nos hemos sentido plenamente integrados en las Jornadas, nos hemos sentido receptores directos del mensaje de los ponentes, y nos hemos sentido llamados, como no puede ser de otra manera, a colaborar en la difusión del testimonio de nuestros mártires.
Toda labor para el conocimiento de los mártires es tan hermosa como necesaria; incluso para los propios creyentes. Yo he crecido en una familia católica y, hasta hace poco, no he sabido de las dimensiones del tesoro que tenemos en los mártires. En este camino de encuentro, tengo un recuerdo especial para mi abuela Carmen, mujer de profundas convicciones religiosas, de un carácter andaluz fuerte pero entregada siempre a los demás... en sus labios siempre estaban las palabras "Jesús así lo haría; haz el bien porque todo cuanto te rodea es criatura del Señor"; sin haber ido a la escuela, había leído dos veces la Biblia -lo sé a ciencia cierta- y cómo estaba pendiente de que ninguna de sus nietas desconociese las oraciones principales, o faltase a misa... Ella -lo recuerdo como si lo estuviera viendo- tenía siempre cerca la obra de San Pedro Poveda Jesús, Maestro de oración. Yo no sabía quién era hasta que, ya mi abuela en el Cielo, lo canonizaron. Y es que mi abuela vivía en Exfiliana, un pueblecito precioso cerquita de Guadix, tierra de las cuevas, donde San Pedro Poveda inició su gran labor educativa y social; cerquita de Lanteira, cuna del beato mártir Don Manuel Medina Olmos... Cómo no tener presentes a los mártires si sus nombres han formado parte de mi vida desde pequeña... Yo no tengo la Gracia de contar con un mártir en mi familia -al menos, que yo sepa- pero sí recuerdo a mis abuelos contar las agresiones y el odio a todo lo religioso por parte de fuerzas republicanas y anarquistas en ese pueblecito tan pequeño; mi abuela lo recordaba vivamente a pesar de que era una niña cuando ocurrió. Estas narraciones yo las escuchaba como algo demasiado duro para ser verdad... Con el paso del tiempo, he descubierto que quizá fueron aún más terribles; pero también he aprendido que, por encima de lo terrible está el triunfo del Amor, y hago llegar mi agradecimiento más profundo a las Jornadas que han contribuido a este aprendizaje que es para toda la vida.
Como dijo en su ponencia Don Antonio de los Bueis -cuya oración inicial se quedó grabada en mi recuerdo para siempre-, España es tierra mártir: a cada paso deberíamos lanzar una oración emocionada por aquellos que entregaron sus vidas dando testimonio del Amor que nunca se extingue, del Amor que Cristo nos hizo llegar con su vida humana, y que se hizo infinito con su Resurrección. Y nosotros estamos llamados a que esa sangre no sea estéril, que siga dando fruto; aunque nos rompamos, aunque flaqueemos, merece la pena, como señaló doña Ana Toquero. Así que, como la misma doña Ana dijo al finalizar: LAUS DEO.
Rocío Romero, noviembre de 2022.